09 Sep
09Sep

El otro día leía en el libro de Sally Goddard “Reflejos, aprendizaje y comportamiento” lo siguiente:

“El aprendizaje sucede en el cerebro, el cuerpo actúa como receptor de la información y entonces se convierte en el vehículo a través del cual se expresa el conocimiento. El movimiento es la raíz del aprendizaje”

Hoy en día, gracias al enorme trabajo de Emi Pikler, vamos aprendiendo a dar espacio al desarrollo de un movimiento funcional y autónomo desde casi los primeros meses de vida.

Aún nos cuesta disociar un aprendizaje orgánico y funcional de los “aprendizajes formales” que se secuencian en la escuela.

Conocer el desarrollo humano nos ayuda a ver la necesaria base que los primeros hacen para que los segundos se puedan dar.

En estos primeros años suceden tantos aprendizajes invisibles que nos cuesta ver el valor que puede tener que haya suficiente tiempo de suelo, de gateo y de no querer adelantar sus movimientos.
Así como de ser conscientes de las miles de conexiones que suceden dentro del organismo cuando se intenta una y otra vez un mismo gesto, hasta que el bebé o el niño logra el objetivo que quería alcanzar.

El control del cuerpo en relación al equilibrio y las habilidades motoras son básicos en estos primeros años.

Por ello es absolutamente necesario que a lo largo del día el movimiento y el juego (como principal motor del mismo) estén presentes.

El libro sigue…“El habla como habilidad y la mayoría del posterior aprendizaje académico dependen de habilidades básicas que pasan a ser automáticas a un nivel físico”
Pero para ello, como cuando aprendemos a conducir, necesitamos practicar y practicar…

Ese “conócete a ti mismo y conocerás al universo” griego no iba desencaminado, ya que un control y conocimiento inmaduro del propio movimiento puede afectar en la lectura del lenguaje corporal de los otros y por ende, en las relaciones y habilidades sociales.

Así que cada vez que veamos a un bebé que comienza a medio reptar, a lanzar objetos sin fin, a ponerse de pie, dar sus primeros pasos, saltar o probar equilibrios que parecen casi imposibles, quizá veamos que es mucho más que un juego.

Es el principio de ese “conócete a ti mismo”

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